El premio nobel concedido hace unos días al disidente chino preso Liu Xiaobo, ha abierto de nuevo el debate que se inició ya con fuerza en los meses previos a las Olimpiadas del 2008 celebrada en Pekín: la falta de derechos y libertades civiles que sufre el pueblo chino. La denuncia activa de movimientos sociales y organizaciones de derechos humanos contrasta con la ambigüedad en el discurso de los gobiernos democráticos. Esta vaguedad es producto de unos intereses puramente mercantiles que preponderan en detrimento de la defensa y expansión de la democracia. Así se explica el doble rasero de los gobiernos demócratas, que con un alegato firme y una praxis contundente acorralan el continuismo político de la dictadura castrista, mientras por otro lado muestran una denuncia tenue y sosegada hacia la de de Hu Jintao. Que la dictadura china se apoye en el sistema económico de las democracias, esa simbiosis antinatura de librecambismo y caudillaje social y cultural, es el distintivo que ha hecho de China el gigante económico que somete a su pueblo y enmudece a las democracias.
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